viernes, 6 de febrero de 2015

Olga Orozco, brilla otra vez (Jacobo Sefamí)



Jacobo Sefamí




Recuerdo vivamente Mutaciones de la realidad, el primer libro de Olga Orozco que tuve entre mis manos. Me impresionó la cadencia de sus versos, el ritmo de oleaje que batía con una gran contundencia. No sé por qué me imaginaba que Olga Orozco era una mujer alta que leía sus poemas alzando los talones del pie, como si estuviera tratando de alcanzar las alturas. Nunca viví en los sitios en que residía Olga. Sólo tuve la oportunidad de estar con ella en tres ocasiones. Quizá esos encuentros fueron simbólicos de los espacios de mi tránsito y de mi memoria. Los atesoro porque son escasísimas las ocasiones en que uno tiene la oportunidad de estar con una sibila, una poeta de tan alta envergadura.

1.  Finales de 1990. Alguien me dijo que Olga Orozco estaba en Nueva York de visita por una semana. Me emocionó mucho saberlo y de inmediato la llamé por teléfono. Al día siguiente, estaba yo en el loft del East Village donde se alojaba Con un amigo. Lo primero que me llamó la atención fue su sencillez. Me vino a saludar como si me conociera de años, sin darse cuenta que yo la miraba como si se tratara de una actriz de Hollywood, con una avidez que había crecido durante años en mi admiración y que se mantenía expectante y curiosa frente a la persona de carne y hueso. En sus ojos verdes había una picardía que afloraba con su voz ronca. No era la poeta alta que yo imaginaba, sino una mujer que miraba desde la profundidad y nunca desde la pretensión ni la arrogancia. Durante esa semana accedió a conversar conmigo para un libro de entrevistas que yo preparaba, en donde se incluían a otros poetas de su generación: Gonzalo Rojas y Alvaro Mutis (también aparece José Kozer)1. La invitamos, asimismo, a dar una charla en New York University, donde yo trabajaba. Olga sabía leer muy bien su poesía; a pesar de que se trata de un lenguaje sofisticado y con imágenes muy elaboradas, su voz se oía muy natural, como si saliera de su habla cotidiana. Recuerdo, por ejemplo, el poema «Tú, la más imposible», escrito después de la muerte de su hermana. El ritmo elegiaco del texto sonaba casi a una conversación (un monólogo, debo decir), a una lamentación que viajaba con el versículo largo, acompasado del dolor.

2. Impulsado por la ya cariñosa amistad con Olga, decidí viajar a Bu Aires en el verano (invierno en Argentina) de 1992, en compañía de mujer. Era mi primer viaje a esa ciudad. Olga insistió mucho en que nos quedáramos en su casa. La llamé varias veces desde el aeropuerto pero nunca contestaba. Perplejos ante esta situación, decidimos ir directamente a domicilio. Nos recibió muy consternada, diciéndonos que le habían «robado» la línea telefónica. Nos dijo que escribiría alguna nota para un periódico para protestar porque los encargados de la telefónica se quedaba con los brazos cruzados frente a esta situación. Eran las once de la noche; suponía que tendríamos hambre y se fue directamente a la cocina. «Ahora les preparo algo sencillo». En menos de veinte minutos ya teníamos un bife enorme en la mesa. «Ya llegué a Argentina», me dije para mis adentros. Durante  la semana que estuve allí, Olga se desvivía por atenderme. Me presentó a Enrique Molina, el otro gran poeta de la generación, a quien tuve la oportunidad de entrevistar en su casa. También invitó a otros amigos escritores, fuimos al teatro, a librerías... En pocos días nuestra relación se había hecho muy cercana, casi íntima, al grado de que mi mujer se sentía celosa. Le recordaba el cerco estrecho que había entre mi madre y yo, y al que ella no podía acceder. Curiosamente, mi mujer volvió intempestivamente a California al oír que nuestro hijo besaba su foto sin cesar y con lágrimas continuas pedía que regresara. Yo pasé unos días más con Olga, conversando y recorriendo las calles de Buenos Aires.

3.En 1998, Olga Orozco fue merecedora del Premio Internacional de, Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. Los organizadores de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara invitaron a un grupo selecto de estudiosos a hablar de Olga Orozco en una sesión especial dedicada a su obra. Al parecer, Olga dio mi nombre, así es que tuve la fortuna de volver a verla, ahora con motivos para celebrar, en Guadalajara. Entre los acompañantes estaban Cristina Turró, Juan Gelman y su mujer Mara, Elba Torres de Peralta, Gustavo Segade, Myriam Moscona y Elba Macías (Julio Ortega también formó parte de la mesa de homenaje). Le daban un premio muy importante (quizá el más importante de Latinoamérica), pero su actitud no había cambiado en lo absoluto. Los bellos discursos de Olga y de Gelman ante una gran multitud fueron muy gratos para mí porque destacaron las virtudes de la poesía en un mundo tan materializado como el nuestro. Con Olga, Gonzalo Rojas, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Enrique Molina (por solo mencionar escritores de su generación) y tantos otros, la poesía persistirá en nuestras vidas aun si tiene que ir contra viento v marea. La persona de carne y hueso nos ha dejado, pero la personas creadas en su poesía seguirán viviendo cada vez que uno de nosotros abra uno de sus libros y lea: “Sube, sube, fulgor, / entreabriendo algo más la sustancia opresiva de noches sobre noches, / como si aprovecharas toda mi oscuridad para existir. / Quizá sea una brasa que enterré, / una gran quemadura sofocada por las separaciones y la lejanía, / y ahora será un nombre, una mirada, algún beso que vuelve, que atraviesa como una incandescente cicatriz el espesor de mi destino,» («Ahora brilla otra vez»).




1. Cfr. Jacobo Sefamí, De la imaginación poética. Conversaciones con Gonzalo Rojas, Olga Orozco, Alvaro Mutis y José Kozer. Caracas: Monte Ávila Editores, 1996.


en "Olga Orozco: Territorios de fuego para una poética" Inmaculada Lergo Martin (coord) Universidad de Sevilla, 2010

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