domingo, 24 de agosto de 2014

Olga Orozco: La intercesora del hijo pródigo (por Eduardo Mitre para La Razón 24/8/2014)

Olga Orozco: La intercesora del hijo pródigo

El poeta y crítico boliviano Eduardo Mitre, residente en Estados Unidos, retorna a estas páginas con sus comentarios y presentación de poemas hispanoamericanos que tratan el tema del regreso. Quincenalmente publicaremos esta segunda serie de cuatro entregas. De inicio, tiene la voz la poeta argentina Olga Orozco.
La Razón (Edición Impresa) / Eduardo Mitre - poeta y crítico
00:00 / 24 de agosto de 2014
Esa puerta no se abre a ningún retorno”, escribe Olga Orozco en su  poema titulado Detrás de aquella puerta. A través de ella, se oye a una  suerte de Penélope herida, resentida, por el desamor, las veleidades y la prolongada ausencia de Ulises, a cuyo retorno ella se opone, endureciendo y multiplicando sus negativas. La queja y el rechazo no se agotan en lo personal sino que implican una impugnación del héroe, de la violencia y la usurpación que revelarían su cara verdadera: la codicia: “No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas”. Un tono de rechazo enérgico recorre todo el poema: “Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta. Si consigues pasar, encontrarás detrás, / una tras otra, las puertas que elegiste”, dicen los versos finales. Tal vehemencia pasional nos recuerda a  la de Gabriela Mistral.  
Dos otros poemas de Orozco se refieren de manera desde sus títulos a la experiencia del retorno, y no ya en alusión a los personajes homéricos, sino más bien en una suerte de variaciones del Hijo pródigo del evangelio de San Lucas. En ambos poemas, titulados La víspera del pródigo y El pródigo, pertenecientes a su libro Las muertes (1952) se escucha el mismo tono recio tan propio de la autora. En el primero, parece oírse la voz del hermano que permanece en el hogar, lamentando la ausencia del hermano ausente, en tanto que en el segundo, algo más extenso y denso, comporta una trama más compleja y no pocas variaciones y aun inversiones del texto canónico de San Lucas.  
La primera variación es la más radical: no es el padre amoroso que aguarda y acoge con los brazos abiertos el inminente retorno del hijo, sino un padre lleno de reproches y condenas. En cambio, la figura del hermano, en coincidencia con la parábola, se muestra envidioso al verse amenazado en sus intereses. El poema comporta toda una trama y el desarrollo circular de un cuento ejemplar. Al comienzo, el hijo pródigo escucha una voz que le promete la fortuna o la gloria en otras tierras, impulsándole  a partir del hogar: “Levántate. Es la hora en que serás eterno”. Tras la partida, al cabo de poco tiempo,  sus crecientes penurias y su paulatina caída en la miseria incuban la nostalgia del hogar, y su decisión de volver a su seno cuando, como una llamada del pasado: “un solo rostro surge desde el fondo de los gastados rostros lo mismo que el monarca a través de la herrumbre de las viejas monedas. Es el antiguo amor”.  
¿Quién es ese rostro, ese antiguo amor? ¿El de la madre o el de la novia? En rigor, no lo sabemos, aunque podemos inclinarnos por la figura materna. En cualquier caso, es  una voz intercesora que aboga para que no se malogre el regreso del desventurado con el reproche por su ausencia ni el  fracaso al que le ha llevado su abandono o fuga del hogar: “No vino por condena, no le obliguéis a expiar en el orgullo”, interviene esa voz protectora que apela finalmente a Dios: “No haya más juez que Tú / Dios implacable y justo”.
Un hermoso símbolo que eslabona las dos partes de la trama radica en la llave que el hijo prodigo entierra a la puerta de su casa en el momento de la partida, y que desentierra en el regreso para ingresar en ella. Pero, una vez más tenemos aquí la narración del regreso que se interrumpe, dejando al hijo a la puerta, en el umbral del retorno, y al  lector en el suspenso, como en un cuento fantástico o realista a la manera de Borges.
El Pródigo
Olga Orozco (1920-1999)Aquí hay un tibio lecho de perdón y condenas—injurias del amor—para la insomne rebeldía del Pródigo.Sí. Otra vez como antaño alguien se sobrecoge cuando la soledad asciende con un canto radiante por los muros,y el aliento remoto de lo desconocido le recorre la piel lo mismo que la cresta de una ola salvaje.“Levántate. Es la hora en que serás eterno.”Y otra vez como antaño alguien corta sin lágrimas unas ajadas cintas que lo ataban al cuadro familiary sepulta una llave bajo el ácido musgo del olvido.Detrás queda una casa en donde su memoria será sombra y relámpago.Él probará otros frutos más amargos que el llanto de la madre,arderá en otras fiebres cuyas cóleras ciegas aniquilen la maldición del padre,despertará entre harapos más brillantes que el codicioso imperio del hermano.¿Hay algún sitio aún donde la libertad levante para él su desafío?Allí está su respuesta: una furiosa ley sin paz y sin amparo.Pero noche tras noche,mientras la sed, el hambre y el deseo dormitan junto al fuego como errantes mendigos que soñaran una fábula espléndida,otras escenas vuelven tras el cristal brumoso de su llantoy un solo rostro surge desde el fondo de los gastados rostroslo mismo que el monarca a través de la herrumbre de las viejas monedas.Es el antiguo amor.El elegido ahora cuando el Pródigo torna a rescatar la llave de la casa.Ha pagado su precio con el mismo sudario de un gran sueño.¡Oh redes, duras redes que intentáis contener el viento de setiembre:permitidle pasar!No vino por perdón: no le obliguéis a expiar con el orgullo.No vino por condena: no le obliguéis a amar con indulgencia.Otra vez como antaño solo vino con un ramo de ofrendas a cambio de otros dones.No haya más juez que tú,Dios implacable y justo.(Las muertes, 1952)

Apremiar a Dios para que hable (Entrevista a Olga Orozco por Claudia Posadas)








APREMIAR A DIOS PARA QUE HABLE

Entrevista con Olga Orozco

Claudia Posadas




De acuerdo con el crítico peruano José Miguel Oviedo en su Historia de la Literatura Hispanoamericana , Olga Orozco (Olga Nilda Gugliotta Orozco, Toay, La Pampa, 17 de marzo de 1920- Buenos Aires, 15 de agosto de 1999), pertenece a esa estirpe de poetas que, nacidos en la segunda década del S XX cuyo signo fue la “libertad creadora y la originalidad”, en una búsqueda de “sintetizar las corrientes más modernas provenientes de fuente europea o norteamericana con la situación concreta que se vive en el continente”. 

Tal es el caso de esta argentina cuya poética, que si bien de acuerdo con señalamientos generales asimiló “la poesía francesa posterior al surrealismo y la poesía narrativa norteamericana”, pero también “la nostálgica ensoñación de Lubicz Milosz, la música secreta de los simbolistas, la venturosa transmigración del ángel de Rilke”, de acuerdo con Horacio Zabaljáuregui , pronto creó una de las estéticas más importantes y germinales de la poesía de nuestra lengua. Esta poética, que de acuerdo con Zabaljáuregui, contiene un caudal “de elementos oníricos debido a la presencia de lo mágico en lo cotidiano” , es decir, una serie de símbolos, imágenes, percepciones que, en este plano fenoménico buscarían dar cuenta de un más allá de la realidad, debe ser concebida como una poética de la revelación, entendida en los términos de Octavio Paz, “la poesía revela este mundo; crea otro”, en tanto el mecanismo de la acción poética expresaría la tensión que surge a partir de una posible manifestación-develación entre mundos, y el desentrañamiento-creación de los posibles códigos de una-otra más alta vida.

En ese sentido, la poesía de Orozco, quien perteneciera en Argentina a la llamada “Generación del 40”, es un dialogo permanente con un más allá y sus habitantes-hablantes, aquellos que “rondan la niebla” (aludiendo a uno de sus poemas más inquietantes) es decir, con aquellas altas alteridades que la esperan más allá: sus ausencias amadas, “los seres que fui los que me aguardan”, así como las niñas que fue (la niña cruel de la alegría, la de los sueños, la de la soledad, dice, en el referido poema), además del perfeccionamiento del lenguaje para comunicarse con y comunicar esto invisible. Como dijo, al recibir el otrora Premio de Literatura de América Latina y del Caribe Juan Rulfo, en 1998: “la poesía reserva para sí misma la misteriosa gratificación de asir lo inasible y expresar lo inexpresable”. 

Por supuesto, estas “manifestaciones” implican la eterna paradoja de expresar, “con esta boca, en este mundo”, como dice uno de sus poemas más citados, aquello que pertenece a otra conciencia. Sin embargo en su poesía, deslumbra el vislumbre por el que es factible entrever. Y ese “entrever”, ese “relámpago de lo invisible”, es justamente la revelación.

Por supuesto, un diálogo-revelación con estas Altas Presencias pertenecientes a un pasado-presente lineal y a un espacio-pasado-futuro alterno, implican un desdoblamiento del tiempo y del espacio mismo que en la poeta se cumple a través de dos recursos fundamentales: la evocación memoriosa que busca recuperar-interpretar las señales de lo que fue y la exploración racional del inconsciente (a diferencia del automatismo de los surrealistas) terreno de suyo movedizo, pero que la “conecta” con esas voces anteriores y posteriores a ella. 

Y por supuesto, lo que buscaría esta indagación de códigos en el tiempo-destiempo, es hallar un hilo conductor que diera sentido a la existencia, a ese yo —que en el fondo es nuestro yo—, atrapado en una materia mortal y realidad inexplicables, unidimensionales. En ese orden, el fin último de esta poesía es hallar (acaso) la piedra roseta del “Alfabeto del Mundo”, como diría Mallarmé, la tabla esmeraldina del lenguaje de lo universal, o “apremiar a Dios para que hable”, ha dicho la autora, aludiendo, de acuerdo con las palabras de Juan Gelman al presidir la entrega del Rulfo en Guadalajara en 1998, a la definición del poeta estadounidense Howard Nemerov, y así develar la grafía a la que se pertenece, el hilo invisible del destino humano dentro de un orden mayor que nos confirme haya trascendencia de nuestra finitud y por tanto “redención y significado”, diría el poeta Joaquin O. Giannuzzi, contemporáneo de Orozco. 

“Pero Dios está mudo y ella lo apremia sin descanso”, dijo Gelman en el citado discurso. Sin embargo, pese a este silencio, la invocación de lo invisible tuvo sus frutos. Si bien el lenguaje de la poesía, admite la autora, pero sólo a través de una indagación poética, de un tránsito escritural de muchos años, no fue suficiente para interpretar ese otro lado, tal como lo afirma en versos de esos valiosísimos poemas póstumos que pueden consultarse en la importante y reciente Poesía Completa de Orozco publicada por Adriana Hidalgo editora (2012, obra cuidada y prologada, respectivamente, por las poetas argentinas Ana Becciú y Tamara Kamenszain) , “Allá lejos estoy tan cerca de las revelaciones y las dichas/ como aquí, como ahora,/ donde no logro descifrar jamás el confuso alfabeto de este mundo”, sí fue posible percibir la existencia de dicho alfabeto, y también le fue permitido construir vasos comunicantes. Tal como lo afirma Kamenszain en el prólogo de Poesía Completa, “desde su libro Los juegos peligrosos (1962) la visión entre los mundos se plantea como posible, ya marca el comienzo de un acercamiento que aterrizará definitivamente en Con esta boca, en este mundo, último libro publicado en vida de la autora” .

Pero sobre todo esta visión entre mundos se cumple en esos esclarecedores Últimos poemas de Olga Orozco, donde la huella, la herida de lo invisible esplende plena en un contrapunto de certezas-incertidumbres en que la poeta duda de sus hallazgos y afirma que “desde aquí no verás nunca nada, no verás más allá sino un desierto blanco” , aunque también hace un recuento final de las señales de esto invisible para hallarles sentido en una hermosa “Conversación con el ángel” , para finalmente apremiar en un “Himno de alabanza” a esa divinidad, silenciosa interlocutora de su investigación poética, y agradecer lo hallado: la certidumbre de la presencia de sus Altas Ausencias y la develación de su lenguaje en este mundo (“basten los juegos de una llama o los desplazamientos de una pluma en la brisa/para que reaparezca de pronto alguna ausencia” ). Como dice en esos últimos versos, de esos últimos poemas, de ese “Himno de alabanza”: “¿Y no he de cantar por eso un himno de alabanza?/ Te agradezco estos ojos que se agrandan para ver tu escritura secreta en cada piedra; /(…) las manos y la piel donde arrojan su aliento los emisarios de territorios invisibles”. 


A la luz de la publicación de importantes antologías a nivel hispanoamericano como la reedición en 2009 en el Fondo de Cultura Económica de la antología Relámpagos de lo invisible (1996); Eclipses y fulgores (Lumen, Barcelona, 1998); Obra Poética de Olga Orozco (Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 2000); El jardín posible (Ediciones En Danza, Argentina, 2009), pero sobre todo de la Poesía Completa en Adriana Hidalgo, que reúne los once títulos de poesía que publicó Orozco durante su producción vital (1946-1995) y que incluye el mencionado libro póstumo con doce textos bajo el título Últimos poemas, es que Olga Orozco reconfirma ese “lugar privilegiado en nuestra poesía” que señalara José Miguel Oviedo.

Asimismo, cabe destacar la edición de otros libros que señalan facetas relevantes y poco conocidas en México de Orozco como Yo, Claudia (Ediciones en Danza, Argentina, 2012), con investigación y prólogo de la poeta argentina Marisa Negri, que es un rescate de sus artículos publicados entre 1964 y 1974 en la revista Claudia de Argentina. Son textos de varia y valiosísima invención de una extensión y erudición inusitadas para una revista de modas, que firmó con ocho diferentes seudónimos, de acuerdo con el asunto a tratar. Escribe Negri en su prólogo: “Fue Valeria Guzmán para el consultorio sentimental con las lectoras; Martín Yanez para sus agudas críticas literarias; Sergio Medina para las notas sobre avances técnicos o sobre estrellas de Hollywood; Richard Reiner para los artículos esotéricos; Elena Prado o Carlota Ezcurra para notas de vida social o puericultura; Valentine Charpentier para escritos biográficos y de viajes y hasta el desafortunado Jorge Videla (ella misma se asombraba de la elección de ese nombre) para algunas notas sobre el tango u otros temas considerados ‘masculinos’”.

Por todo ello, es importante rescatar su impronta que continúa vigente, a raíz del décimo quinto aniversario de su fallecimiento a los 79 años de edad, en el en el sanatorio Anchorena, en Buenos Aires, y en el contexto de la próxima FIL Guadalajara dedicada a Argentina donde, a pesar de que fue reconocida con su máximo premio, el entonces Juan Rulfo, en esta edición no hay un homenaje importante dedicado a esta autora, ya que el homenaje central a un poeta será, muy merecidamente, claro, a Juan Gelman, quien paradójicamente hace 18 años, se lo otorgara en la mesa de recepción. La presente entrevista, realizada justamente en Guadalajara en 1996, en el marco de la recepción del Premio Rulfo, busca rescatar esta memoria y esas palabras vertidas que se unen en el tiempo y nos siguen alumbrando el camino de su escritura. 




Uno de los aspectos centrales de su poesía es la posibilidad de unión con la divinidad, a partir de una visión del espíritu personal. ¿Qué implica esta perspectiva?

Tengo un sentido religioso muy especial. Tal vez haya hecho la mezcla, pero creo que así como en el principio era Dios y todos éramos parte de él, al final seremos también parte de él. Yo tengo certeza, toda mi fe está hecha de certezas, toda mi fe tiende a esa unión íntima con Dios y además ninguno de nosotros puede ser parte de Dios si no lo somos todos. 




¿Cuál sería esta concepción de divinidad en su poesía?

Todo es una unidad perdida, y eso viene de una tradición anterior que dice que éramos vez uno con la divinidad. El mío es un Dios perfecto pero que en algún momento no estuvo conforme consigo mismo y se repartió en los humanos. Creo que nosotros estamos haciendo una especie de respiración artificial como para que Dios vuelva a ser como él quería ser. Dios está uniendo a nosotros sus rasgos. Ahora, no ha dejado de ser Dios, a pesar de eso. A mí me cuesta hablar de este tipo de cosas, porque todo toma un aspecto totalmente irreal o fanático. Son cuestiones muy profundas que están presentes en mi poesía.




Su poesía está inundada de esta presencia, la cual se busca a través de la revelación. ¿Es una revelación estética, poética y/o de la razón?

Es una revelación del conocimiento a través de la palabra y del verbo y de la palabra estética. Es todo eso.



En su poesía hay una presencia avasallante de la incertidumbre. Sin embargo, usted ha dicho que su certeza de la divinidad es absoluta. ¿Cuál es la esencia de la duda, entonces?

No tengo dudas acerca de Dios sino de otras cuestiones. Creo que tengo la duda de la flaqueza y cansancio humanos, de la falta de persistencia, de las fallas de la paciencia, pero no tengo la duda de eso que busco y que está al fin de mi camino. Aún en poemas en que está presente la duda, aún en medio del mayor desamparo y desconsuelo, siempre la esperanza y certeza última es Dios. Al mismo tiempo sufro la condición de lo humano y mi anhelo de lo divino. Esa escisión es mi raíz, mi herida en el costado y creo es la razón por la que escribo: me siento insuficiente, incompleta, negada para resolverlo desde este lado.




Entonces, ¿cuál sería el sentido de la orfandad última que es la muerte, preocupación constante en su poesía?

El desamparo parte de las pérdidas dolorosas de este mundo, porque a pesar de mi fe, no consigo asimilar todavía la muerte. Estoy en un aprendizaje de ello, tengo demasiado apego al mundo.



El paisaje interior, lo onírico y la presencia de lo invisible, además de ciertas imágenes surrealistas, constituyen la atmósfera de su poesía. ¿Cómo se conforma esta estética?

Hay una gran fe y exaltación de valores como la justicia, la libertad y el amor, que son propios del surrealismo, pero mis imágenes no se parecen en absoluto a éste, ya que se trata de imágenes muy estrictas, mi poesía es muy coherente y exigente en cuanto a la regularidad, y estos aspectos no son propios de los surrealistas. Tengo alguna relación con los antecesores del surrealismo, pero, por ejemplo, lo que tengo en común es mi creencia en otros planos de la realidad, mi inclinación por lo onírico, por lo subconsciente. Sin embargo, lo subconsciente se va a un plano de claridad, de razón, de modo que no he hecho poesía automática. El subconsciente es un depósito inagotable que hay que llevar a plena luz. Es una conciencia superior iluminadora a la que hay que encontrarle un sentido, y eso es lo que hago con mi poesía. Empiezo por captar elementos a través del subconsciente y luego trato de llevarlos a esa altura. La primera intención es una búsqueda parecida al surrealismo. En cuanto a los demás elementos, creo que, como mencioné, hay una creencia en otros planos de la realidad que no es éste que nos rodea. Creo que hay otro tiempo y otros planos que son inabordables desde este costado del mundo. Tengo una cierta intuición, un cierto relámpago por el que a veces entrevemos, pero que inclusive es difícil trasladar a la palabra o darlo a entender a alguien porque no existe el lenguaje adecuado para eso.




Justamente, comparte la idea de Mallarmé de que "el universo es un lenguaje". ¿La poesía podría ser un atisbo de dicho lenguaje?

Naturalmente. A Mallarmé le interesaba ese aspecto, a mí también. Busco descifrar el universo por el lado de la poesía. Claro, cuando uno cree que está en la página 30 del libro del Universo, tiene que volver hacia atrás, como si no hubiera escrito nada.


¿De qué manera la poesía se acerca a este lenguaje? ¿Cuál es el límite de la expresión poética?

Creo que es el lenguaje de las imágenes, las metáforas, porque nada está dado de una manera simple, sino de una forma metafórica. El Universo vendría a ser una metáfora de Dios. Entonces hay que hacer una especie de conversión del Universo, pero claro, éste nos resulta demasiado infinito y con elementos inabordables como para hacer una conversión casi matemática. 




Podríamos citar un verso de Rilke, "todo es mensaje pero, ¿supiste abarcarlo?

Creo que una duda como ésa es insoluble hasta que atravesamos esta barrera que es el mundo. No vamos a tener la respuesta hasta que pasemos al otro lado. Los vislumbres tienen la característica de lo inefable pero no pueden describirse porque justamente son los que no puede trasladar la palabra. Son momentos de elevación absoluta en los que uno cree en un juego de luces, en el brillo de un árbol a determinada hora. Pero es muy rápido, es un relámpago.




¿Hasta qué punto la poesía le ha permitido entrever, entonces?

En este mundo jamás se logra abrir por completo la puerta de la sabiduría. A mi edad, sólo he conseguido medio abrirla y tener acceso a un poco de su resplandor. Pero al mismo tiempo, creo que si tuviera la revelación plena, plena, tal vez dejaría de escribir.




Si lo divino es la finalidad de la escritura, y éste implica el silencio, ya que, como acaba decir, si tuviéramos la certeza nos quedaríamos callados, ¿por qué insistir?

Creo que si tuviéramos la revelación, como dije, nos parecería inútil seguir hablando; llegaríamos a un silencio absoluto porque además, nos estaría prohibido dar la respuesta o no encontraríamos la palabra para dar esa respuesta. Creo además, que puede ser algo tan poderoso, que tal vez nos dejara mudos o trastornados, tal vez uno se quedaría mudo, balbuceando o perdería la razón, como le sucedió a Artaud. La poesía es un interrogatorio permanente al mundo pero que responde siempre casi con otra pregunta. La última interrogación que puedes llegar a decir tropieza con un silencio, con la respuesta que está vedada para este lado del mundo.




¿Cuál es el lugar de la razón y cuál el de la fe?

Creo que están mezcladas. Evidentemente no doy un salto con la razón para explicarme el mundo. El salto lo he dado con la fe. Hay quienes lo dan con la razón, pero ésta es igualmente improbable que la fe. El mundo es improbable, no se puede someter a un análisis científico que responda a todo. Puede responder a parcialidades, pero no todo es probable. Tampoco en la fe todo es probable, por supuesto. Pero no se trata de que sea probable, sino que tenga sentido para nosotros. 




Hay libros como La oscuridad es otro sol y También la luz es un abismo en los que habría habría un señalamiento de lo oscuro como un camino. ¿De qué índole es esta oscuridad?

Creo que para vislumbrar algo hay que sumergirse mucho. Son oscuros los caminos que atravesamos para llegar a la luz. Son los caminos subconscientes, de las sensaciones, las intenciones, los vislumbres que uno no sabe descifrar del todo. Son caminos que representan obstáculos, rodeos, no son fáciles de recorrer. Vivimos en una mezcla de oscuridades y de luces que tenemos que hacer que coincidan, que se complementen. La oscuridad debe revelar elementos que puedan verse a plena luz y que a plena luz, en primera instancia, no se verían, porque la luz en plenitud puede enceguecer y no mostrar nada. Finalmente, creo que la oscuridad es válida, como lo decía San Juan de la Cruz. Creo en esa oscuridad de San Juan.




Estas narraciones mezclan lo onírico, y desarrollan una idea del tiempo, que presenta los rostros del yo del presente, del pasado y del futuro. También, tienen tintes autobiográficos evidentes. ¿La narrativa le otorga una forma de reflexión que no desarrolla en la poesía?

Creo, como Bachelard, que la poesía es vertical, que tiende a las búsquedas hacia lo alto y en las grandes profundidades. Y creo que la prosa es horizontal, que va paso a paso, que puede relatar lo cotidiano, un tiempo lineal o también, tergiversarlo, que por cierto a mí me encanta tergiversar el tiempo, hacerle esa jugarreta. Creo que la poesía no puede contar, que cuando cuenta, a menos que sea una poesía épica, se rompe. Y he tenido necesidad, a veces, a través de mi memoria, de hacer referencia a la infancia, ya que ésta ha influido mucho en mí y ha seguido un camino paralelo. Es como si hubiera crecido conmigo, retocada por aconteceres. Por eso he contado mi infancia porque hay elementos muy ricos. Además, en '"Los juegos peligrosos" hay muchas claves de mi poesía, porque hablo de las primeras angustias que tuve, las primeras interrogantes que me hice. La oscuridad es otro sol es todo eso y en cambio, También la luz es un abismo más bien es una crítica del razonamiento excesivo.




Parecería que También la luz es un abismo sería el planeamiento complementario, aunque contrario, de La oscuridad es otro sol…

Creo que la luz de la razón plena puede hacerle a uno perder muchos caminos. Creo que en la oscuridad, entendida como la subconsciencia, uno puede encontrar elementos que le iluminen realmente. Con el gran salto que da para explicar el mundo, la razón es pretenciosa; la razón quiere explicarlo todo; el salto que da es mucho más amplio todavía que el salto de la fe.




Por otra parte, ¿qué recuerdo tiene de Alejandra Pizarnik?

Fuimos amigas, ella era muchísimo más joven que yo, porque tenía 17, 18 años cuando la conocí, yo tenía 36, y unos cuantos libros publicados. Creo que de algún modo influí bastante en su manera de escribir. Tal vez la última etapa de su vida, cuando escribió esas especies de teatralizaciones o diálogos, no sé cómo llamarles, me desagradaron. Me pareció que estaba perdiendo el tiempo, y se lo dije, de modo que no me mostró más cosas y creo que tampoco escribió más.




Bueno. Volviendo a sus temas, usted ha dicho que la poesía es una plegaria. Santa Teresa decía que sólo a través de la oración se alcanza lo divino. ¿La poesía ha sido un ejercicio en ese sentido?

No, los estados de iluminación, lo inefable, los he alcanzado con la plegaria misma.




¿Y qué es lo que le reza, que le pide a Dios?

No sé, que me proteja, que me mande una cuerda para cruzar al otro lado del río…

lunes, 11 de agosto de 2014

Tiempo y memoria (Olga Orozco)










Me pidieron que hablara de algún tema recurrente en mi obra, especialmente en La oscuridad es otro sol. Hablaré entonces del tiempo y la memoria, que si bien no surgen como el tema de la obra, son dos presencias constantes y dos fundamentos de mi escritura, y tal vez estas anotaciones expliquen muchos nudos, muchas interrogaciones, muchos retornos que se presentan en ella con insistencia, aunque con distintas máscaras. No voy a intentar una definición del tiempo. Me sucede lo que a San Agustín: cuando me preguntan qué es no lo sé, y cuando no me lo preguntan lo sé. Tampoco voy a recorrer las diferentes teorías que existen acerca de su fugitivo y perverso comportamiento. Correría el riesgo de quedar aprisionada en algún laberinto científico o de atragantarme con alguna fórmula insoluble. Literariamente, por otra parte, tendría que recurrir a ríos que corren y se secan, a ángeles vengadores que aparecen a la hora exacta del exterminio, a pájaros que transportan la inmensidad debajo de sus alas y a amores invencibles hasta la transparencia, como corresponde a la buena y a la mala retórica. De tal modo, me reduciré a ampararme en la eternidad, único lugar venturoso para contemplar las horas y los siglos, porque la eternidad es mortal para el tiempo, como el ajo para los vampiros, la risa para los monstruos y la mañana para los fantasmas. Los disuelven, los pulverizan, o los mantienen a distancia. Desde allí, desde ese bienaventurado refugio, puedo decir que no me interesa saber si el tiempo es una forma del pensamiento, o un aspecto de la realidad hecha duración, o una entidad mensurable junto con el espacio. Ni siquiera voy a recurrir a la precaria solución de que el tiempo es un monarca en el territorio de las sensaciones. No sé si es una red infinita que me envuelve en sus múltiples direcciones o si es solo unidimensional, o si corre únicamente desde el pasado hacia el futuro porque ése es el limitado, fatal trayecto de la conciencia. Si bien a veces, visto desde el momento, sentimos el tiempo como un presente que no tiene pasado ni futuro; y otras, desde la continuidad, como una cuerda que corre y se enrolla solamente en el pasado o como una tromba que nos aspira por completo hacia el porvenir, basta optar para que esta división se vacíe de todo sentido y la cabeza se convierta en un mudo suspenso o en un estruendoso remolino. Kierkegaard dice que el momento designa lo presente como aquello que no tiene pasado ni futuro y que en esto radica la imperfección de la vida sensible, y agrega que lo eterno designa también lo presente en una permanencia sin ningún pasado y sin ningún futuro y que ésta es la perfección de lo eterno. Es decir, dos presentes, sin más, un presente continuamente renovado en el mundo de lo pasajero y un presente incesante en el mundo de la perduración, el uno precario como la vida, y el otro privilegiado como la eternidad. Tal es el cumplimiento del presente en la tierra y en el cielo. Pero no es ése el tiempo que yo elijo ahora y aquí: no el puro presente, porque cabalgar en ese presente desbocado es establecer una carrera perdida, es precipitarse hacia la muerte con los ojos cerrados, es pasar de latido en latido entre dos nadas. A mí lo que me importa es que el tiempo fluya en todas direcciones, que pase, que se acumule hacia atrás y que vuelva transformado y dinámico, y también que el otro, el que está adelante, me salga al encuentro antes de llegar; es decir, me importa uno como retorno en movimiento y el otro como anticipación que llega del porvenir en forma de asombroso emisario, llámese a esto momentáneamente intuición o presentimiento. También está el tiempo condicional, donde continúa desarrollándose lo no cumplido: ese deseo, esa vehemencia o ese temor que tomaron un desvío, una varilla desechada en el gran abanico del visible destino, y que muchos consideran enterrados bajo la lápida del alivio o de la frustración, transformados en humo o en polvo inconsistente, cuando en realidad ese deseo, esa vehemencia o ese temor han seguido proliferando en inmensas fundaciones, en inmensas malezas transparentes que nos asisten o persiguen. Así, aunque no tenga todos los tiempos bajo la mirada, como Dios, que contemplara desde la cumbre y hacia abajo las circunvoluciones, los rodeos, los atajos, las interrupciones y los ramales de todos los caminos a la vez, puede advertirse que no soy una observadora fijada en un lugar por un paralizante entomólogo, alguien que trata de fijar, como otro entomólogo, el fugaz instante actual, la tentadora mariposa que siempre se escurre dejando un polvillo entre los dedos, y que siempre resulta ilusoria, porque acaba de escaparse, porque ya está tan distante como las estrellas extinguidas. No, no soy alguien que se enfrenta desde un presente obligatorio al depósito rígido del pasado y al muro indescifrable del porvenir, por más que no sepa si el tiempo pasa por mí o si yo paso por el tiempo, si lo traje al nacer como una semilla venenosa o me echa su aliento corrosivo desde afuera. 
Como en los sueños, en la creación soy el escenario activo por donde el tiempo circula hacia ambas direcciones, sin limitaciones, sin fronteras, como en los sueños, no es sorprendente que me encuentre con pertenencias del pasado y del futuro, unas reconocibles por sus semejanzas, y las otras posibles, a veces probables, a través de una posterior comprobación, como aquellas que realizó minuciosamente en sus experimentos J.W. Dunne, tan frecuentado por Borges, y que consignó con la misma prolijidad en su libro" Un experimento con el tiempo". Tampoco es raro que el entrecruzamiento de ambos tiempos sea tan veloz que produzca la sensación de lo deja vú, ese desconcierto en la dirección como el de un tren en plena marcha que se cruza con otro detenido. También es habitual, diría rutinaria, la sensación de que el tiempo se ha contraído o dilatado. Larguísimas horas de alegría se repliegan hasta caber en un dedal (Ah, las fugaces dichas) y dolores muy breves se estiran en recorrido ilimitado ("Como el movimiento en el círculo, así es la pena en el infierno", dice Raimundo Lullio). Y no es ocioso agregar aquí que por alto prestigio de la ausencia "todos los paraísos son perdidos" y crecen a medida que se alejan. Tales alteraciones tan extrañas del tiempo abundan en la literatura aun más allá del común desfasaje entre el tiempo cronológico y el psicológico. Así RipVan Winkle, en el cuento de Washington Irving, duerme una noche que son veinte años, y en el cuento español del Deán de Santiago y Don Illán pasa toda una vida mientras se cocinan unas perdices. Cioran dice que la principal aventura del hombre es la de violentar el tiempo. Y de eso se trata: de forzar el tiempo hasta su mayor resistencia, de luchar contrala muerte. Yo trato en lo posible de transgredir la sucesión lineal, el común ordenamiento, se barajan las distintas etapas. Siento que cada tiempo incluye todos los otros, un poco como dice Eliot en los Cuatro cuartetos:

"Tiempo presente, tiempo pasado
ambos son quizá presente en el tiempo futuro,
y el tiempo futuro está contenido en el tiempo pasado.
Si todo tiempo está contenido en el tiempo presente
todo tiempo es irreductible.
En mi comienzo esta mi fin."

De modo que así como el presente influye en el porvenir, el porvenir influye en el presente y corrige el pasado: no sólo soy por lo que fui, sino que soy y fui por lo que seré. Esta acción incesante, circular, hace de la memoria misma un instrumento activo contra el tiempo, desbaratando su tiranía, haciendo que la repetición convierta lo que parecería una clarividencia en una lectura del pasado, invirtiendo la relación entre causa y efecto; y justamente Roa Bastos en Vigilia del Almirante dice que el universo es infinito porque es circular y que solo avanzando hacia atrás se puede llegar al futuro por su esfericidad. Y Stephen Hawking en Historia del tiempo hace especulaciones acerca de un posible cambio en la dirección del tiempo, de acuerdo con este sentido inverso podríamos ver los trozos de un vaso roto esparcidos por el suelo y advertir que los pedazos se reúnen repentinamente y saltan hacia arriba recomponiendo el vaso entero sobre una mesa pues ¿qué memoria es ésa que sólo recuerda hacia atrás? Y así también dice la Reina Blanca en Alicia a través del espejo de Lewis Carroll, mientras rebobina vertiginosamente el tiempo y lo desanda, de modo que primero grita, después le sangra el dedo y en seguida se clava el alfiler,
origen de su grito en una sucesión causal. Podríamos hacer entonces que el agua derramada entrara de nuevo en el cuenco, que se reabsorbieran las lágrimas, que los muertos resucitaran, que las puertas cerradas volvieran a abrirse. ¿No es ésa una verdadera memoria hacia adelante? Entonces podríamos responderle a la Reina Blanca que la memoria es una actualidad de mil caras y que cada cara recubre la memoria de otras mil caras y que el pasado estampa a veces sus huellas infantiles en los muros agrietados del porvenir. Con la abolición del tiempo irreversible, la angustia por la caducidad de las cosas, por un presente que continuamente deja de ser, y todos los juegos son posibles. Los de Wells, con su fabulosa máquina del tiempo; los de Horn, con su periódico de mañana; los de Supervielle, con su niña recordada y proyectada en alta mar por la nostalgia de su padre; los de Priestley, con sus sorpresivas intrusiones del pasado y del porvenir; los de Beerbohm, con sus visitas al futuro; los de Borges, hechos de múltiples combinaciones, hasta la más sencilla, la que convierte en actuales todos los momentos, la de aquel memorioso Funes que archivaba los días, que sabía hasta las formas de las nubes y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho.

Yo no tengo archivos mentales como el de Funes, ni recuerdo días en los que no me sucedió ni me impresionó algo. Tengo en su lugar viveros o almácigos que perduran, proliferan y se multiplican conmigo, como si tuvieran su propio instinto de conservación. Esa memoria cuya acción es incesante y circular es la que elijo, no es entonces esa melancólica añoranza de brazos caídos que llamamos nostalgia, sino una memoria viviente y ávida, que se encarna y reencarna para descubrir, para perseguir significaciones como por primera vez. Mis recuerdos no son ausencias que vuelven a ser presencias, como una sombra calcada, como una proyección incesante, pero inmóvil, semejante a la de la linterna mágica o a la de esas fotografías de las que habla Roland Barthes en La cámara lúcida y que son como intrusiones de la muerte en una realidad efervescente ""Todos esos fotógrafos que se agitan a la captura de la realidad no saben que son agentes de la muerte", dice. Y efectivamente, la persona que posó, que fue sorprendida, solemne, tímida o desenvuelta, pero siempre indefensa, enfrentó el oscuro ojo de la mira y el disparador, como en un fusilamiento. El resultado es un cuerpo inerte, una proyección remota, un rígido testigo de otro mundo incrustado en éste, viviente y agitado, una presencia ausente, al igual que la de todos los objetos, por otra parte, a menos que se sea animista y se los vea no imparciales, sino cargados de intención, de simpatía, de rechazos, de vigilancia, trascendidos por su contorno del momento. Pero en la fotografía, como en el recuerdo inmóvil, no hay contornos. Hay un marco que no permite un más allá, hay un trozo recortado de lo que ya fue... Pero en cambio aquí frente a mi memoria, soy yo misma el campo de las imágenes que proyecto y que contamino con mi tiempo, con mis acaeceres, con mis dichas y mis desdichas, mis luces y mis oscuridades. Se dice, tal vez sea una creencia supersticiosa, que la repetición exacta de la atmósfera, de unas condiciones especiales que se dieron una vez, pueden provocar la reaparición de una imagen o de un hecho que fueron particularmente intensos, particularmente significativos. Así la María Celeste podría verse intacta ciertos días, como antes de su naufragio; el Holandés Errante deambula por los mares dispuesto a reanudar su pacto con Satán para cruzar el Cabo de Buena Esperanza, y en Maratón los atenienses se levantan de sus tumbas y prosiguen su lucha entre el relincho de los caballos. Tal vez, sin proponérmelo, yo recreo en mí la atmósfera necesaria pare que se produzca la repetición incesante, sólo que retocada, contagiada por lo ya vivido. Tal vez tenga que ver con esta visión abierta y misteriosa de todos los tiempos el hecho de que nací en La Pampa. La Pampa, ese paisaje al que alguien llamó "distancia detenida, tiempo sin aventura, vasta prisión sin rejas", cuando en realidad "pampa" quiere decir "espacio"". Y tal vez sea este espacio el que yo llevo en mi interior y en el que se producen como en una pantalla animada y particular mis proyecciones; este espacio donde todo corre libremente, sin que nada se oponga, sin barreras ni murallas para el tiempo ni las filtraciones de otras zonas de la realidad que aparecen de pronto y fundan espejismos en las nubes. La pampa es un espacio donde nada se pierde, donde todo se destaca. En la llana soledad, cada pequeño hueso, cada mata, cada piedrecita, pueden adquirir de pronto un relieve inusitado, insensato; se ponen a existir con una intensidad tal que hasta te llaman, como esas plantas que adelantan su aroma antes de que se las riegue para que no se las olvide: "Llévame, llévame en tu recuerdo" parece decir el pájaro, la lagartija, el viento, y yo los he recogido. He hecho de toda mi vida una prolongación vertiginosa de ese espacio en movimiento que es la pampa, y he instalado allí uno por uno esos elementos dignos de ser elegidos para siempre; les he sacado brillo como a las más prodigiosas de las apariciones. De ese espacio recibí, hace ya muchos años, mis primeras lecciones de abismo y de absoluto. En Toay está la casa donde nací, en un lugar que era tan sólo oscuridades y malezas, cerrazones y misterios, y que ahora es un paisaje prolijo, recortado, geométrico. Mi casa está muy lejos y muy cerca. Sé lo que significa en mi emoción volver a sentarme en aquella galería, oír el chirrido monótono del molino que ya no está y ver pasar las sombras y el color de las horas. Esa casa es la única sobreviviente familiar que me queda, de todos los que me antecedieron. Allí estaba cuando nací y tal vez esté allí cuando me vaya. Siempre la sentí como un refugio: me amparaba en mis miedos y en mis angustias. Y bien, en esa casa empecé a escribir cuando sólo sabía hablar, jugando con las palabras, relacionándolas por sus sonidos y sus posibles significados, sin duda a través de impotencias, exaltaciones y asombros. Yo era una niñita tímida, reconcentrada y temerosa, acosada por enigmas insolubles como lobos, y ahora comprendo que nombrar el mundo a mi manera equivalía a poseerlo o a descubrir en mi propia expresión un lugar permeable y comunicativo que me ayudaba a abordar lo extraño, lo ajeno, lo Otro. Creo que supe desde muy temprano que la forma no era el límite, que había prolongaciones invisibles. Y me dediqué a interrogar las sucesivas realidades que hay detrás y que la incluyen, naturalmente, y siempre recibí como respuesta una interrogación más. Por otra parte, creo que eso es la poesía: la permanente interrogación. En cuanto a la evolución a través de los años, si bien es evidente que el lenguaje se ha ampliado y que el estado de alerta frente a cada paso del proceso creador se ha ido exacerbando, mis intentos de aproximación a lo indecible se dirigen a los mismos centros: la búsqueda de señales de otros planos de la realidad, la apelación a la oculta o manifiesta presencia de Dios, los desplazamientos del tiempo y las transfiguraciones de la memoria, la inmersión en el fondo de mí misma hasta el extrañamiento, y muchas otras excavaciones en las experiencias de conocimiento y de liberación. Hablé antes muy detalladamente acerca del tiempo y de la memoria porque son dos constantes en mi escritura: transgredir el tiempo no es sólo una aventura, es también esgrimir un arma contra su fatalidad, una rebelión contra la muerte. En esta lucha -no importa la derrota- la memoria es una infatigable aliada, pródiga en imaginación, en oportunidades y en recursos. No es el pasado sino el futuro quien nos mata. Tal vez tenga razón Proust: "Tal vez hasta la resurrección después de la muerte sea concebida como un fenómeno de la memoria". Tal vez yo esté allí, dispuesta a resucitar con todos mis huéspedes, mis recuerdos, tan desasosegada, tan lábil, tan cambiante como aquellos médanos y aquellos cardos rusos y aquellos espejismos  viajeros, que aparecían, se deslizaban, crecían y cambiaban de lugar en aquel mágico pueblo donde nací, en plena pampa, donde la oscuridad es otro sol.



(Conferencia pronunciada en la Universidad de Córdoba, 1991)