sábado, 27 de diciembre de 2014

Cabellera de Berenice (Olga Orozco)





Hay un crujido, un deslizamiento, una palabra susurrada en el oído por esa boca que no está, o que nadie parece ver, el sitio donde estáis se pliega o se despliega, llevándose una parte de las cosas y arrojando a un costado esas otras que acaban de llegar.

(...) Pero allá, sobre las colinas,
tu hermana, la memoria, con una rama joven aún entre las manos,
relata una vez más la leyenda inconclusa de un brumoso país.

El olvido es apenas un destello invernal desde otro reino.

Como es natural,  voy rápidamente hasta ese cuarto que no se puede trasponer de ningún lado. Miro por el ojo de la cerradura. No veo nada. Tal vez haya otro ojo mirándome desde el otro lado. Siempre que espío por el ojo de una cerradura me sucede lo mismo. Pero si aquí hubiera un ojo, ¿de quién sería? ¿De nadie? ¿De los muertos?

Se abre un claro en la niebla, y aureolada por un vapor frío, atravesando esas arborizaciones escarchadas del alcanfor, que sin duda terminaron por matarla, aparece la Reina Genoveva.

Se ha escapado nuevamente de su caja, después de mucho tiempo.

Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento,
mi condena visible a volver a caer una vez más bajo las implacables ruedas del zodíaco,
si no logran volar.
No son bases del templo ni piedras del hogar.
Apenas si dos pies, anfibios, enigmáticos,
(...) Son mis pies para el paso,
paso a paso sobre todos los muertos,
(...) dispuestos a golpear en las cerradas puertas del planeta
y a dejar su señal de polvo y obediencia como una huella más.

¿Quién pretende vencer? Bastaría un error para trocar las suertes por el planeo de una pluma en la vacía inmensidad. Mi orgullo está tan solo en la evidencia del apego feroz, en mi costado impar -tan ínfimo y sin duda necesario- que crece en la medida de su pequeñez.

Se diría que reino sobre estos territorios,
se diría que a veces los recorro desde la falsa costa hasta la zona del gran fuego central
como a tierra de nadie,
(...) se diría que son las heredades de mi epifanía.

Pero algo se va a cortar entre nosotras para que yo me quede de este lado, entre los paños de la cámara negra, suspendida en un movimiento que ya habrá concluido, repitiendo un texto que ya fue dicho, tratando de ahogar las voces de orden y protesta. Yo no sé cómo sigue ni hago nada por saberlo. No puedo improvisar la letra que te permita salir sin que todo se interrumpa. Tú tratas de transmitírmela con la mirada.

¿Dónde están las palabras?
¿Dónde está la señal que la locura borda en sus tapices a la luz del relámpago?
Escarba, escarba donde más duela en tu corazón.
He aquí el pequeño guijarro recogido para la gran memoria.


en "Teoría del cielo" Arturo Carrera y Teresa Arijón
Ed. Planeta 1992

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