domingo, 24 de noviembre de 2013

Botines con lazos de Vicent Van Gogh (Olga Orozco)






¿Son dos extraños fósiles,
emisarios sombríos de una fauna sepultada en un bosque de carbón,
que vienen a reclamar un óbolo de luz para sus muertos?
¿Son ídolos de piedra,
cascotes desprendidos del obraje de los más tristes sueños?
¿O son moldes de hierro
para fraguar los pasos a imagen del martirio y a semejanza de la penitencia?

Son tus viejos botines, infortunado Vincent,
hechos a la medida de un abismo interior, como las ortopedias del exilio;
dos lonjas de tormento curtidas por el betún de la pobreza,
embalsamadas por lloviznas agrias,
con unos lazos sueltos que solamente trenzan el desamparo con la soledad,
pero con duros contrafuertes para que sea exiguo el juego del destino,
para que te acorrale contra el muro la ronda de los cuervos.

Pero son tus botines, perfectos en su género de asilo,
modelos para atar a cada ráfaga de alucinada travesía,
fieles como tu silla, tus ojos y tu Biblia.
Aferrados a ti como zarpas fatales desde las plantas hasta los tobillos,
desde Groot Zundert basta la posada del infierno final,
es inútil que quieran sepultar tus raíces en una casa hundida en el rescoldo,
en el barro bruñido, el brillo de las velas y el íntimo calor de las patatas,
porque una y otra vez tropiezan con el filo de la mutilación,
porque una y otra vez los aspira hacia arriba la tromba que no entienden:
tu fuga de evadido como un vértigo azul, como un cráter de fuego.

Botines de trinchera, inermes en la batalla del vendaval y el alma:
han girado contigo en todas las vorágines del cielo
y han caído en la trampa de tu hoguera oculta bajo el incendio de los campos,
sin encontrar jamás una salida,
por más que pisoteen esas flores fanáticas que zumban como abejorros amarillos,
esos soles furiosos que atruenan contra tu oreja, tan distante,
perdida como un pálido rehén entre los torbellinos de otro mundo.

Botines de tribunal, a tientas en la noche del patíbulo,
sin otro resplandor que unos pobres destellos arrancados al pedernal de la locura,
entre los que hay un pájaro abatido en medio de su vuelo:
el extraño, remoto anuncio blanco de una negra sentencia.
Resuenan dando tumbos de ataúd al subir la escalera,
vacilan junto al lecho donde se precipitan vidrios de increíbles visiones,
trizado por una bala el árido universo,
y dejan caer a lentas sacudidas el balance de polvo tormentoso adherido a sus suelas.

Ahora husmean la manta de hiedra que recubre tu sueño junto a Theo,
allá, en el irreversible Auvers-sur-Oise,
y escarban otra tumba entre los andamiajes de la inmensa tiniebla.
Son botines de adiós, de siempre y nunca, de hambriento funeral:
se buscan en la memoria de tu muerte.

jueves, 21 de noviembre de 2013

De cómo Xul Solar decidió casarse (Olga Orozco)



Xul y Lita jugando al panajedrez


En Travesías, la compilación de diálogos realizada por Antonio Requeni entrevistando a Gloria Alcorta y a Olga Orozco, Olga recuerda la siguiente anécdota:

"Xul me contaba que había en su carta astrológica un paralelo entre dos planetas que le impedían el matrimonio; daba por resultado una vida árida - de soltería- en ese territorio. El tenía un grupo de alumnas que además de aprender se ocupaban de la parte técnica de la astrología, es decir, hacían los cálculos y levantaban la carta para el horóscopo, y el después realizaba la interpretación...El vio un día en su horóscopo que ese paralelo del que hablé le daba un respiro de 48 hs; podía colarse, podía avanzar por allí, y decidió casarse. La primera en llegar a su casa ese día fue Lita, una mujer muy terrestre, muy entrada en razón. Xul le dijo sin vacilar: ¿te casarías conmigo?. Ella contestó muy azorada que tendría que pensarlo, pero él la conminó: "No, no hay tiempo, sólo unas horas". Entonces ella le dio un conmovido "Sí".

jueves, 14 de noviembre de 2013

Noica (Olga Orozco) en Las Muertes (1952)


Batlle Planas, Juan "Noica"
Acuarela sobre papel - 39 x 28 cm - 1948



Nunca oísteis su nombre.
Sin embargo, cuando un sueño cualquiera entretejió fosforescentes redes sobre el rostro del tiempo,
Noica estuvo.
Tal vez su cabellera fuera para vosotros la marea letárgica por donde sube al cielo la primer Navidad
—esa novia que flota con su ramo de cristal escarchado y una cinta plateada en la garganta-.
Acaso sus ropajes fueran para vosotros un ámbito en que caen lentamente las hojas,
cuando el amor golpea con sus manos el follaje encantado.
Lo cierto es que fue Noica,
la diosa de los seres subterráneos que disponen callando el esplendor del mundo.
Reconocedla ahora.
Antes que se haya ido para ser melodía de polvo contra el vidrio, sombra musgosa de los muros.
Guardadla para siempre en esta misma puerta abierta en el celaje de los siglos,
donde se balancea, despidiéndose,
como la luminaria en el claro final de la arboleda.
Del otro lado yace su reino alucinado.
Nunca entraréis en él.
Juntos se abismarán debajo del recuerdo y del olvido.

Sol en Piscis (Olga Orozco) en Los juegos peligrosos (1962)



Solamente los muertos conocen el reverso de las piedras.
Solamente las piedras conocer el reverso de los muertos.
Lo sé.
A veces las estatuas vuelven a abrir en mí ciertas heridas
o toman el color de las acusaciones que me impiden dormir.
Pero hay pruebas que nadie quiere ver.
Se atribuyen al tiempo, a las tormentas,
a la sombra de pájaro con que los días se alzan o se dejan caer sobre la tierra.
Nadie quiere pensar que hay muchas muertes por cada corazón.
Tantas como muertos nos lloren.
Tantas como piedras los sigan lamentando.

Existe una canción que entre todos levantan desde los fríos labios de la hierba.
Es un grito de náufragos que las aguas propagan borrando los umbrales para poder pasar,
una ráfaga de alas amarillas,
un gran cristal de nieve sobre el rostro,
la consigna del sueño para la eternidad del centinela.

¿Dónde están las palabras?
¿Dónde está la señal que la locura borda en sus tapices a la luz del relámpago?
Escarba, escarba donde más duela en tu corazón.
Es necesario estar como si no estuvieras.

He aquí el pequeño guijarro recogido para la gran memoria.
De este lado no es más que un pedazo de lápida sin inscripción alguna.
Y sin embargo desde allá es como un talismán que abre las puertas de mi vida.
Por sus meandros azules llego a veces más allá de mis venas:
cerraduras que giran contra la misteriosa rotación de los años,
vértigos de contínuas despedidas que ahora me despiden a través de mis lágrimas de entonces,
hasta ser nada más que una cinta brillante,
un fulgor que ilumina ese fondo de abismo donde caigo hacia el fondo del cielo,
tan ávido como el tambor que invoca las tormentas.

Heroína de miserias, balanceándote ahora casi al borde de tu alma,
no mires hacia atrás, no te detengas,
mientras arde a lo lejos la galería de las apariencias,
las máscaras del sueño que labraste sobre ciegas cortezas para poder vivir.

A solas con tu nombre, contra el portal resplandeciente,
a solas con la herida del exilio desde tu nacimiento,
a solas con tu canción y tu bujía de sonámbula para alumbrar los rostros de los desenterrados;
porque ésa es la ley.
A solas con la luna que arrastra en las mareas del más alto jardín de la memoria
un rumor de leyendas desgarradas por la crueldad de la distancia:
“Cuando llegues del otro lado de ti misma
podrás reconocer el puñal que enterraste para que ti vinieras despojada de todo poderío.
Si avanzas más allá
encontrarás la fórmula que yace bajo los centelleos de todos los delirios.
Si consigues pasar
alcanzarás la Rueda que avanza hacia el poniente.”

Pero no hay arma alguna que arrebate a mi vida su inocencia,
ni retablo enterrado en cuyo espejo de oro se abran las flores de otros mundos,
ni carruaje que avance con el rayo.
Sin embargo, esta palabra sin formular,
cerrada como un aro alrededor de mi garganta,
ese ruido de tempestad guardada entre dos muros,
esas huellas grabadas al rojo vivo en las fosforescencias de la arena,
conducen a este círculo de cavernas salvajes
a las que voy llegando después de consumir cada vida y su muerte.
Celdas tornasoladas del adiós para siempre, para nunca,
y cada una se abre hacia las otras con la fisura de una gran nostalgia
por donde pasa el soplo de los siglos,
la mariposa gris que envuelve con sus nieblas al huésped solitario,
a ese que ya fui o al que no he sido en este y otros mundos.
El que entreteje sus coronas con la ceniza de la tierra,
el que reluce con cabeza de león como un sol heráldico entre las tinieblas,
el que sueña conmigo como con una cárcel de muros transparentes,
esta que soy queriendo guardar la eternidad en el polvo de cada sonrisa,
el que se cubre con ropajes de águila para volar más lejos que la mirada de los hombres,
los que habitan aquí o en otro lado lejos de las investiduras de la sangre
y no puedo nombrar,
y el que rescatará las coraza de luz
-su día levantado palmo a palmo con la noche de los otros-
para cruzar la última puerta el arcano.

Oh, sombra de claridad sobre mi rostro,
relámpago entrevisto desde el fondo del agua:
tu signo estágrabado sobre todas las frentes para la ceremonia de la duración,
para la travesía de todos los recintos en cuyo fondo te alzas como una llamarada de la gran añoranza,
como los espejismos de un perdido país anunciado por el sueño y la sed,
el miedo y la nostalgia,
y el insaciable tiempo que llevamos de migración en migración
como una brasa que quema demasiado.

Todos los grandes vértigos del alma nacen del otro lado de las piedras.

Génesis (Olga Orozco) en Museo salvaje (1974)

Olga con su madre y su hermana
(gentileza herederos de Olga Orozco)



No había ningún signo sobre la piel del tiempo.
Nada. Ni ese tapiz de invierno repentino que presagia las garras del relámpago quizás hasta mañana.
Tampoco esos incendios desde siempre que anuncian una antorcha entre las aguas de todo el porvenir.
Ni siquiera el temblor de la advertencia bajo un soplo de abismo que desemboca en nunca o en ayer.
Nada. Ni tierra prometida.
Era sólo un desierto de cal viva tan blanca como negra, un ávido fantasma nacido de las piedras para roer

[el sueño milenario,
la caída hacia afuera que es el sueño con que sueñan las piedras.
Nadie. Sólo un eco de pasos sin nadie que se alejan un lecho ensimismado en marcha hacia el final.

Yo estaba allí tendida;
yo, con los ojos abiertos.
Tenía en cada mano una caverna para mirar a Dios,
un reguero de hormigas iba desde su sombra hasta mi corazón y mi cabeza.

Alguien rompió en lo alto esa tinaja gris donde subían a beber los recuerdos;
después rompió el prontuario de ciegos juramentos heridos a traición
y destrozó las tablas de la ley inscritas con la sangre coagulada de las historias muertas.
Alguien hizo una hoguera y arrojó uno por uno los fragmentos.
El cielo estaba ardiendo en la extinción de todos los infiernos en la tierra se borraban sus huellas y sus pruebas.
Yo estaba suspendida en algún tiempo de la expiación sagrada;
yo estaba en algún lado muy lúcido de Dios;
yo, con los ojos cerrados.

Entonces pronunciaron la palabra.

Hubo un clamor de verde paraíso que asciende desgarrando la raíz de la piedra,
su proa celeste avanzó entre la luz y las tinieblas.

Abrieron las compuertas.
Un oleaje radiante colmó el cuenco de toda la esperanza aún deshabitada,
las aguas tenían hacia arriba ese color de espejo en el que nadie se ha mirado jamás,
hacia abajo un fulgor de gruta tormentosa que mira desde siempre por primera vez.
Descorrieron de pronto las mareas.
Detrás surgió una tierra para inscribir en fuego cada pisada del destino,
para envolver en hierba sedienta la caída y el reverso de cada nacimiento,
para encerrar de nuevo en cada corazón la almendra del misterio.
Levantaron los sellos.
La jaula del gran día abrió sus puertas al delirio del sol
con tal que todo nuevo cautiverio del tiempo fuera deslumbramiento en la mirada,
con tal que toda noche cayera con el velo de la revelación a los pies de la luna.
Sembraron en las aguas y en los vientos.
Y desde ese momento hubo una sola sombra sumergida en mil sombras,
un solo resplandor innominado en esa luz de escamas que ilumina hasta el fin la rampa de los sueños.
Y desde ese momento hubo un borde de plumas encendidas desde la más remota lejanía,
unas alas que vienen y se van en un vuelo de adiós a todos los adioses.
Infundieron un soplo en las entrañas de toda la extensión.
Fue un roce contra el último fondo de la sangre;
fue un estremecimiento de estambres en el vértigo del aire;
y el alma descendió al barro luminoso para colmar la forma semejante a su imagen,
y la carne se alzó como una cifra exacta,
como la diferencia prometida entre el principio y el final.

Entonces se cumplieron la tarde y la mañana
en el último día de los siglos.

Yo estaba frente a ti;
yo, con los ojos abiertos debajo de tus ojos
en el alba primera del olvido.